La moral es un producto de la evolución (y de la cultura)
Escrito por Pablo Rodríguez Palenzuela |
Es posible que el
tema de este artículo le parezca chocante o incluso provocador.
Tradicionalmente, la moral y la ética han sido una provincia exclusiva de la
filosofía y la religión. Sin embargo, en los últimos años la biología ha
empezado a ocuparse en serio de estos temas. Después de todo, los humanos somos
producto de un largo proceso de evolución biológica, seguido de otro, menos
largo, de coevolución biológica y cultural.
En este artículo revisaremos de forma muy breve las
investigaciones recientes en torno a tres ideas:
Primera: la moral es específicamente humana, aunque en
otras especies (pocas) encontramos las emociones que constituyen el fundamento
de la misma.
Segunda: la moral surgió en la evolución humana como un
mecanismo útil para promover la cooperación dentro del grupo.
Tercera: existen estructuras en el cerebro implicadas en el pensamiento moral. Este campo está empezando a ser estudiado mediante las técnicas de la neurobiología y se ha visto que las emociones tienen un papel muy relevante.
La moral rudimentaria de la naturaleza
Solo un número pequeño de especies sociales y con un nivel
cognitivo alto son capaces de exhibir algunos rudimentos de moral.
Los lobos, por ejemplo, son cazadores sociales que viven en
grupos muy cohesionados. Si dos animales del mismo grupo se pelean, el perdedor
adopta una postura de “sumisión” que inhibe por completo la agresión del
vencedor. En cambio, las peleas entre individuos de diferentes grupos suelen
ser mortales.
Una condición necesaria para este proceso es la empatía: la
capacidad de un animal para percibir el estado emocional de otro y reaccionar
apropiadamente. Los científicos han encontrado evidencias de esta cualidad
incluso en ratas y ratones, pero uno de los ejemplos más dramáticos está en
cómo los elefantes reaccionan a la muerte de un miembro de la manada.
Más aún, algunas especies de primates parecen tener un
concepto intuitivo de “justicia”, como los monos capuchinos. En un experimento,
un investigador utilizó un trozo de pepino como recompensa por haber realizado
correctamente una tarea. El pepino es aceptado hasta que el animal descubre que
su compañero de la jaula contigua está recibiendo algo mucho mejor: una uva.
Resulta conmovedor observar la frustración del pobre capuchino ante una
injusticia tan flagrante.
La evolución favorece la cooperación
La vieja idea de que la selección natural favorece la
competencia entre individuos, la “supervivencia del más fuerte”, es en parte
errónea. En algunos casos, la cooperación es esencial para la supervivencia y,
por tanto, favorecida por la evolución.
Los humanos somos ultrasociales y cooperativos por
naturaleza. El modo de vida de los cazadores-recolectores, dominante durante
más del 90 % de nuestra historia como especie, depende por completo de la
cohesión del grupo.
Por supuesto, todas las colectividades se enfrentan al mismo
dilema: la conducta altruista es esencial para el grupo, pero la conducta
egoísta suele ser beneficiosa para el individuo. La moral fue el instrumento
que permitió superar los egoísmos individuales en beneficio del grupo: una
comunidad muy unida y con un alto grado de parentesco, con un máximo aproximado
de 150 personas.
La cooperación ha sido uno de los pilares de nuestro éxito
biológico pero, desgraciadamente, tiene límites y tiende a producirse entre los
miembros del grupo. Fuera de este es mucho más rara: las mismas fuerzas que nos
convirtieron en un animal moral crearon también el tribalismo, que constituye
uno de los aspectos más oscuros de la naturaleza humana.
En cambio, emociones universales como la vergüenza y el
remordimiento tienen la función de facilitar la conducta altruista. Por
ejemplo, el acto de sonrojarse es una señal social que muestra autocrítica y
arrepentimiento por una acción. El hecho de que sea involuntario lo hace mucho
más creíble.
La moral reside en el cerebro
La resolución de dilemas morales constituye una forma
especial de cognición que tiene su asiento en regiones especializadas del
cerebro. Se encuentran ligadas a la corteza prefrontal, que es donde residen la
mayor parte de las funciones superiores.
La (inusual) asociación entre filósofos y neurobiólogos ha
permitido descubrir que los humanos tenemos básicamente dos modos de tomar
decisiones morales: una es rápida, intuitiva, emocional y con un marcado
carácter personal, y está mediada por el área ventro-medial de la mencionada
corteza prefrontal. Pacientes con daños en esta área concreta tienden a tomar
decisiones morales más imparciales.
El otro modo de pensamiento, más lento, racional y menos
influido por cuestiones personales, parece situarse en el área dorso-lateral de
la corteza. La neurobiología de la moral es un área de investigación que se
encuentra en su infancia y probablemente nos traiga descubrimientos
sorprendentes en los próximos años.
¿Toda esta aproximación biológica se opone a los trabajos de
los filósofos de la ética? En absoluto, ya que tiene como objetivo contestar a
determinadas preguntas: cómo surgieron los códigos morales, si constituyen una
adaptación en el sentido biológico y cuáles son los procesos neurobiológicos
implicados.
Para los filósofos que han contribuido a este campo, desde
Kant a Peter Singer, el problema consiste en discernir qué códigos son mejores
que otros y por qué. De hecho, el gran reto de la filosofía moral es encontrar
fórmulas que permitan la coexistencia pacífica de grupos con sistemas morales
muy diferentes. El enfoque biológico puede iluminar algunos aspectos, pero en
ningún caso puede sustituir a la ética.
Escrito por Pablo Rodríguez Palenzuela, Catedrático de Bioquímica y Biología Molecular, Universidad Politécnica de Madrid (UPM)
Fuentes: Publicado en Ciencia + Tecnología publicado
originalmente en The Conversation | https://elobrero.es/ciencia/65987-la-moral-es-un-producto-de-la-evolucion-y-de-la-cultura.html
Foto lupi -
Unsplash/Thomas Bonometti, CC BY-SAUnsplash/Thomas Bonometti, CC BY-SA
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