¿Fue una intriga de palacio
la imposición de la ciudadanía
Norteamericana a los
Puertorriqueños?
Sí, fue una intriga de palacio, nada de extraño en los tantos pasadizos y zaguanes del poder en Washington. El entonces comisionado residente Luis Muñoz Rivera no tenía el derecho de tomar tal decisión fundamental sin el apoyo incondicional del voto general de los puertorriqueños. Hoy dicen que fue Muñoz el que nos trajo victoriosamente la ciudadanía “debajo del brazo”. No fue así, al propio Muñoz se la hicieron tragar y desde entonces había que navegar con aquellos vientos. Son varias las cartas que Muñoz Rivera intercambio con destacados boricuas lamentándose y criticando el proyecto Jones, incluso oponiéndose a la ciudadanía de “carácter permanente”. Muñoz fue engañado, punto. Connotados juristas, entre ellos el juez Horace Mann Towner le confió a Muñoz Rivera que la ciudadanía norteamericana no cerraría las puertas del camino hacia la independencia, ciertamente lo engañaron. Será coincidencia que el jurista más tarde sería nombrado gobernador de la isla.
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Luis Muñoz Rivera |
Así fueron muchos los políticos y partidos en la isla que aquella ciudadanía impuesta no la veían como un cambio de patria, - como hoy hacen muchos estadistas, - sino que era una ciudadanía correspondiente a los nuevos principios democráticos universales y a las nuevísimas corrientes liberales que llegaban desde las Revoluciones americana, francesa, y latinoamericanas, en un mundo que experimentaba nuevas formas asociativas tales como el federalismo, la mancomunidad y la confederación. El mundo se modernizaba.
La ciudadanía impuesta se veía como transitoria y no necesariamente
incompatible ni con la autonomía ni con la independencia. Solo los líderes del
Partido Republicano de entonces, veían la ciudadanía norteña como una medida
que viabilizaba la plena incorporación al federalismo de aquel país. Era una
ciudadanía transitoria y no necesariamente incompatible ni con la autonomía ni
con la independencia, según lo que se predicaba en Washington. Todo ello de
frente a un pueblo mayoritariamente campesino, muchos de los cuales ni tan
siquiera conocían la capital. Solo el Partido Republicano de entonces, veía la
ciudadanía norteña como una medida que viabilizaba la incorporación definitiva
al federalismo de aquella nueva metropolis.
Es una gran paradoja que explica muchas incongruencias
presentes hoy en el sistema político de Puerto Rico. La isla ha sido y es una localidad
territorial en donde se experimenta la democracia parcial con el propósito
principal de cumplir efectivamente con la función histórica de incorporar nuestra
juventud al ejército norteamericano, debilitar y acorralar el movimiento
independentista, y facilitar la migración puertorriqueña hacia los Estados
Unidos. A los norteamericanos esa estrategia les funcionó, aniquilando la burguesía
puertorriqueña con la consecuente descomposición de la sociedad nacional. Ha
sido una estrategia planificada por las altas mentes del entonces nuevo
imperialismo.
Además, el proyecto de ciudadanía impuesta a los puertorriqueños
tenía como objetivo no tan solo alimentar la carne de cañón durante la WWI,
sino que además formaba parte de un contexto pragmático de uniformar el trato de
las posesiones territoriales de EE. UU en aspectos jurídicos, geopolíticos y socio-económico
coloniales, aunque fueran en contradicción y contraposición a los principios
democráticos universales predicados nacional e internacionalmente por los Estados
Unidos.
Muñoz Rivera no se
aventuró ni se tomó la iniciativa de reclamar y ventear la bandera de la ciudadanía
como hacen hoy los vende patria. Eran otros los vientos a la época. Desde el
punto de vista norteño, ¿cómo se puede pensar que un comisionaducho
representando un botín de guerra, con voz, pero sin voto, podría convencer
comisiones y al pleno del Congreso “solicitando”, - sin amplio apoyo popular en
PR, - la ciudadanía norteamericana?
En cualquier país del mundo que se respete y para cualquier
persona con dos dedos de frente, la imposición de la ciudadanía es una
"intriga de palacio". ¿Acaso sabes que en el 1914 luego de cartearse
con José de Diego, entonces presidente de la Cámara, esta aprobó una resolución
rechazando cualquier intento de imponerle la ciudadanía a los puertorriqueños?
¿Acaso sabes que una vez impuesta la ciudadanía americana los puertorriqueños tenían
tan solo seis meses para rechazarla, solo individualmente, convirtiéndose así
en extranjeros en su propia patria? ¿Acaso sabes que con todo y ciudadanía
impuesta el gobernador seguiría siendo nombrado por el presidente de EE. UU, y
su gabinete de la Fortaleza estaría a cargo del Senado norteamericano?
¡Que canto de democracia mister!
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